Los cambios que estamos viviendo como consecuencia de la pandemia del COVID-19 están generando un gran impacto en todos los ámbitos, y nos obligan más que nunca, a pensar de forma diferente.
Nunca el acrónimo VUCA (Volátil, Incierto, Complejo y Ambiguo, en sus siglas en inglés) había sido tan apropiado. Ejemplo de ello son las grandes transformaciones que se están produciendo y que vemos cada día en las noticias: empresas de automoción que modifican líneas de producción para fabricar respiradores, recintos feriales que se convierten en hospitales de campaña, empresas de cosmética que se reinventan para ofrecer geles hidroalcohólicos, escuelas que cambian las clases presenciales por aulas virtuales y un largo etcétera que nos sorprende cada día.
Pero no todas las organizaciones tienen tan claro cómo adaptarse. Solo saben que no hacerlo tendrá graves consecuencias. Dar con la fórmula que nos indique el camino no es fácil, pero la solución como siempre, está en manos de las propias empresas.
Se hace, por tanto, necesario reconvertir el acrónimo VUCA. Ahora, más que nunca, debemos ir más allá, mejorando la adaptabilidad del talento para asegurar una mayor visión, entendimiento, claridad y agilidad.
El coeficiente de adaptabilidad se mide como: la capacidad de cambiar y prosperar en entornos de cambio frecuente. Tanto este coeficiente, como el de la gestión de la incertidumbre se deben incorporar en nuestra organización y este puede ser el primer paso hacia ese nuevo VUCA.
No se trata sólo de la capacidad de incorporar nuevos conocimientos, sino también de desaprender, identificar y resolver lo verdaderamente relevante, de enfrentarse a nuevos retos y esforzarse de forma consciente por cambiar.
Ana Sánchez
Experta en Transformación y Gestión del cambio
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