Todos queremos ser mejores, más felices, tener un trabajo más satisfactorio… Queremos ser personas plenas, y muchas veces lo que nos impide llegar a la felicidad no es más que una mala planificación.
Para lograr lo que siempre quisimos alcanzar existen unos profesionales especializados en sacar de nosotros “la mejor versión”, en alcanzar eso tan fácil y tan difícil que es la plenitud. Se llaman “coaches”, y utilizan un método basado en la formulación de preguntas para desvelar nuestros verdaderos deseos, para abrir el telón de nuestras más brillantes ideas, para que podamos conseguir hacer lo que siempre quisimos hacer y no nos atrevimos, a veces porque no éramos conscientes de nuestros auténticos deseos.
Un “coach” no es un consultor, no es un maestro ni un mentor, tampoco un psicólogo, no es un amigo… No da lecciones, no asesora, no enseña en el sentido que la gente entiende por enseñar.
Un “coach” acompaña en un proceso, lo anima, lo hace vibrar, da ideas que no son suyas, sino que vienen del pupilo, en un continuo proceso de “dar a luz”. Un “coach” es alguien que está a tu lado sosteniéndote la linterna para que tengas las dos manos libres y te va pasando las herramientas a medida que las vas necesitando, en un paulatino y mutuo intercambio, destinado a alcanzar crecimiento personal.
Un “coach” no tiene por qué ser un experto en los problemas concretos que plantea el pupilo, puesto que su misión no es transferir experiencia, sino facilitar el camino para que cada uno acceda a sus propios recursos.
Hay muchos tipos de “coaching”, pero todos se basan en la misma idea madre: ayudar a la gente a alcanzar lo que siempre quiso ser o hacer, hacer muy real y palpable la idea de “felicidad”.